Los reyes del reciclaje

"El pasado es un prólogo". William Shakespeare.

10.21.2011

Hospitales y recuerdos

Desde una butaca en urgencias...

Hace unos días, después de mucho tiempo, volví a un hospital. No por mí, no se preocupen, sino por alguien muy querido que lo necesitaba tras una noche horrible. Pero, al entrar de buena mañana por la puerta de urgencias de una céntrica clínica caraqueña, nada fue igual que cuando visitaba a mi padre en su trabajo.

Los hospitales en Caracas no huelen a esa mezcla de nuevo, limpio y asespsia. Su olor es a obra, caos y frío, mucho frío. De hecho, llama la atención que un lugar destinado a cuidar la salud, castigue a sus empleados, pacientes y visitantes con un aire acondicionado solo apto para pingüinos.

El desorden derivado del caos, tan característico de la cultura caribeña, no puede faltar tampoco en esta área de la sociedad. Recuerdo lo privilegiado que me sentía cuando cruzaba las puertas batientes del servicio de rayos para ir a ver a mi padre. Como caminaba orgulloso por aquel pasillo blanco, de suelo también blanco, alumbrado por una luz blanca fluorescente, mientras el resto de la gente, cada vez más lejos, aparecía y desaparecía al ritmo cada vez más lento de aquellas puertas.

Ese privilegio aquí se transforma en fiesta. Los pacientes buscan o preguntan por los médicos, que no les suelen hacer mucho caso; las enfermeras a los pacientes con el mismo efecto; los familiares a los enfermeros para que les informen de algo y los vigilantes a los familiares para que dejen trabajar a la gente en paz. Todo sazonado con obreros arreglando o terminando de montar cualquier cosa, mensajeros en busca de los vigilantes, que solo "vigilan" a las enfermeras, camilleros discutiendo sobre "el derecho de paso" y administrativos inundándote con todo tipo de formularios sobre tu edad, peso, alergias y, sobre todo, compañía de seguros.

Es decir, una especie de verdulería en la que todo el mundo grita, ordena y coquetea.

Reconozco que nunca me había enfrentado a la "burocracia hospitalaria" gracias a mi condición de "hijo de médico". Cuando pensaba que el agradecimiento que tengo y siempre tendré a mi padre dificilmente podría aumentar, volvía a equivocarme. Evitar ese papeleo es otro regalo más que, silenciosamente, mi padre nos ha otorgado a toda la familia.

Siempre recuerdo los hospitales como lugares seguros, sanos y silenciosos. Una especie de oasis de tranquilidad que uno puede encontrar en medio del bullicio de la ciudad solo roto por el sonido de las sirenas de las ambulancias. No las recuerdo como un lugar de dolor y tristeza. El hospital siempre ha estado asociado a mi padre y a llamadas a horas inapropiadas debido a las guardias, seguidas del lamento y las quejas de mi madre. Desgraciadamente, es solo cuestión de tiempo que todo eso cambie.

9.15.2011

Santos y santeros

Es muy habitual cruzarte en esta ciudad con los llamados santeros. Si les soy sincero nunca he sabido exactamente a qué se dedica esta gente. No soy una persona muy creyente y, si lo fuese, dudo mucho que mi fe eligiese a gente que se combulsiona y entra en estado de éxtasis de forma aleatoria y espectacular.

Aún así, este tipo de creencias están muy arraigadas en esta parte del mundo. Cuanto más sales de las grandes ciudades más influencia tienen. Claro está que la gran mezcla en el subcontinente no solo fue de razas y las creencias y cultos que trajeron los esclavos africanos aún persisten en partes de la sociedad. Distintas de las indígenas claro está. 

No es ya la querida "Pachamama" (madre tierra) con la que el presidente boliviano Evo Morales se llena la boca sin parar. En Venezuela, escuchar a su presidente hablar de respeto a la gran deidad andina sería un insulto con el precio irrisorio que se paga por la energía, por supuesto no renovable, y por la nula existencia de cualquier tipo de plan serio y creíble de aplicación, no ya de energías limpias, sino de respeto al medio ambiente. La agujereada franja del Orinoco, o el contaminado lago de Maracaibo lo atestiguan.

No, en este país se habla más de "Yemayá", la madre de todos los "orishá". Creencia de origen africano muy arraigada en el Caribe. Como decía, es normal cruzarse por la calle a sus seguidores vestidos totalemente de blanco. A ellos acude la gente, incluso antes que a los médicos o la policía, en busca de todo tipo de ayuda.

Para mí este tipo de creencia siempre ha sido algo lejano. Algo oscuro relacionado con sacrificios de animales, muñecos atravesados por alfileres, gente gritando, dando vueltas o escupiendo alcohol. Todo lo que sabía de esta religión me había llegado a través de películas o de libros que ya ni recuerdo.

Todo eso cambió hace unos días. Ya llevaba tiempo que por las noches oía gritos provenientes de algún edificio cercano. Esa noche, gracias a la sobredosis de cafeína ingerida durante la cena no podía dormir, cuando de nuevo, sobre las cinco de la mañana, los escuché: "¡Saaaaaanto, saaaaaaanto!", seguido de un "¡danos tu amor y poder!". Me asomé a la ventana y en el edificio de enfrente, ahí estaban, dos hombres y una mujer semidesnudos gritando.

Debo de admitir que la imagen era impactante. Daban vueltas y alzaban los brazos al aire. ""¡Señor todopoderosooooo, tú eres saaaaaaaaaaanto!", clamaban con cierto ritmo musical. Atrapado por mi alma fisgona apenas me percaté de una cuarta que apareció por la izquierda del gran ventanal enrejado. Los otros tres se giraron hacia él. "¡Señoooooooooooor yo quiero veeeeeeeeeeeeeerteeeeeeee!", se desgañitaban mientras adoraban la caja de whisky que levantaba hacia el cielo.  ¡Aleluya!

8.31.2011

Colombia - Venezuela

Escrito en la terminal de autobuses de Maracaibo en Venezuela...

El aspecto de todo cambia radicalmente cuando la luz del sol aparece. Lo feo puede parecer horroroso. Lo horroroso cambiar, aunque a veces parezca imposible, a bello, y lo bello transformarse en todo lo contrario. 

El caso en Maicao es clásico: el sol purifica. Los escasos cinco minutos del hotel donde pasé la noche al terminal se han convertido en un continuo trasiego de todo tipo de vehículos con ruedas. Nada que ver con la tensión de recorrer solo la misma distancia la noche anterior en busca de la posada tras las advertencias de mis compañeros de viaje y los guardias del terminal.
Frontera en Paraguachón. Reportero 24.
Los acompañantes en el viaje de vuelta también cambian. Me uno a dos mujeres mayores y dos hombres. De regreso sí somos cinco pasajeros. Ninguno tiene problemas con sus documentos. El transporte varía, pero poco. Otra marca de carro pero también un modelo estadounidense de los setenta, con los mismos asientos de moqueta, la misma terrible amortiguación y, por supuesto, sin aire acondicionado.

Lo que sí cambia es la percepción de, en este caso, todo lo no visto la noche anterior. Vacas y cabras pastan cerca de la carretera e incluso se cruzan sin ningún tipo de cuidado. No hay patrullas de la policía estatal y las alcabalas de la Guardia Nacional Bolivariana apenas molestan. Si acaso para comprobar que todos tenemos los documentos de identidad. El sol descarga fuego sobre la Guajira venezolana.

Aún así, una de las mujeres se queja de que, a pesar de tantos puestos de control, "siguen secuestrando igual". "Y con el contrabando de gasolina", añade la otra, sentada a mi lado en la parte de atrás.

Este último es uno de los grandes problemas en las zonas fronteriza venezolanas. Más de dos millones de litros de carburante se filtran todos los días por la permeable frontera venezolana en dirección a Colombia, Guayana, las antillas caribeñas y Brasil. 

Poco antes del punto fronterizo colombiano de Paraguachón, decenas de personas ofrecen gasolina a precios más bajos de los que encontrarás en Colombia. Todo el mundo sabe por qué aquí el combustible es más barato. En el estado Táchira, vecino del sur del estado Zulia, lugar por donde he salido, fronterizo y también en manos de la oposición chavista, han llegado a incorporar obligatoriamente chips a los carros para controlar su frecuencia de repostaje. No de cuántos litros, ya que simplemente se llena debido a que el precio es tal que la mayoría de las veces la propina supera al coste total del combustible.

Pero eso es otra historia. Como esta. Siempre es más divertido escribir sobre lo que pasa por las noches... Una vez que ya se ha hecho de día.

P.D. Para entender esta entrada en su totalidad debería de leer su primer parte Venezuela - Colombia.

8.30.2011

Cuento

Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu.

"Sueño de la mariposa". Chuang Tzu (300 a.C.). Antología de la literatura fantástica.

8.29.2011

Venezuela - Colombia

Escrito en una habitación en la frontera...

Una vez más me he enfrentado al tedioso trámite de salir del país para renovar los tres meses de visa que te otorgan al entrar por vía aérea en Venezuela. Una vez arribado a Maracaibo, capital del estado Zulia, al noroeste del país y fronteriza con Colombia, tomé un carro por puesto para cubrir la distancia entre esta ciudad y Maicao, primera muestra seria de civilización en el país vecino.

Voy en un Chrisler blanco de los setenta a 120 kilómetros por hora por una carretera llena de huecos. El chófer es un tipo gordo y bajito, resultado de la mezcla de razas que ha habido en esta parte del mundo desde que Colón la descubrió para occidente. Su color oscila entre el marrón mulato y el amarillo oscuro. Es estrábico, con la nariz negroide y tiene el cabello totalmente blanco.

Y por supuesto tiene toda la 'paciencia' de los caribeños. Característica que se acentúa en esta parte del país debido al terrible calor que hace a todas horas. No se preocupa porque hayamos tenido que esperar durante dos horas y media al último pasajero de los cuatro que va a transportar al otro lado de la frontera. Hay uno más, pero se ha tenido que bajar porque no tiene papeles.

Somos un indio guajiro, un colombiano que regresa a su país tras trabajar unos meses en Venezuela, un padre que va a visitar a su hijo a Barranquilla, con 60 kilos de chorizos ahumados a dejar por encargo en Maicao, y yo.

El precio por la travesía de ocho de la noche a una de la madrugada son 120 bolívares fuertes por cabeza por cubrir esos 170 kilómetros llenos de alcabalas de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB), de la policía del estado y de ranchos guajiros.

Los primeros kilómetros son tranquilos. Hasta llegar al primer puesto de control de la policía estatal. 'Linternazo' a la cara y petición de documentos. Son 150 bolívares por no registrar el vehículo. "Hijos de la gran puta", exclama el chófer. Pero no se queja mucho más. "Tengo antecedentes por trata de blancas", informa sin ningún pudor. "Me agarraron hace tiempo en una camioneta con nueve mujeres sin documentos", confiesa tranquilamente, pega otra calada al cigarrillo, escupe por la ventana y continúa "un sargento coño de su madre. Un compadre de Valledupar se raspó a su mujer y la pagó conmigo".

Y es que 34 años cubriendo la misma ruta dan para mucho. Entre ellas, conocer a todos los policías y guardias nacionales de las cerca de docena de alcabalas que pasamos en el lado venezolano.

Las más tétricas e inquietantes son las situadas por la GNB. Señaladas con una pequeña hilera de hogueras dentro de botecitos y custodiadas por hombres muy jóvenes con un fusil al hombro, paran a todos los camiones y, aleatoriamente, a algunos carros. "¿Cómo estás?" o "¡qué ganas de acostarme!", son las maneras que tiene nuestro conductor de evitar ser parado. Aún así, no lo consigue en las tres más grandes: en el puente sobre el río Limón, en la localidad de Guarero y en la misma frontera.

En la primera, varios camiones están parados en el arcén. Están siendo revisados. De ellos salen militares con la 'vacuna', el soborno necesario para que los dejen pasar sin muchos problemas.

En la segunda, en Guarero, mi pasaporte levanta revuelo, la puerta se abre y un militar me increpa:
- "Primera vez que va a Colombia".
- "Sí".
- "¿A qué se dedica?"
- "Periodista".
Aquí es cuando se le sube a la cabeza una mezcla de odio y miedo. La voz se endurece:
- "¿De qué medio?"
- "Ninguno. Trabajo por libre"
- "¿A dónde va en Colombia?"
- "A Maicao".
- "¿Por qué?"
- "Quiero visitar la mezquita".
- "¿Lleva cámara?"
- "No".
'Linternazo', revisión del equipaje y devolución del pasaporte. Ni buenas noches ni gracias. Tampoco deben de esperarse de un cuerpo nutrido básicamente de gente con poca educación, que gana poco y que se dedica sistemáticamente a engrosar su pobre sueldo aceptando descaradamente sobornos por mirar para otro lado en cuanto a contrabando.

El tercero y último, en la frontera, es clásico entre toda la gente que transporta más de lo debido. En este caso, chorizo ahumado. Mientras sello mi visa a las 23:50 horas. El chofer sale a hablar con el guardia. "Dame 30 ahí", le pide al dueño del embutido.

Una vez ya en Colombia el de los ahimados estalla: "¿Es que no va a cambiar nunca esta verga?". "¿Nunca va a cambiar que siempre haya que pagarles a estos hijos de puta por todo? ¡Ya todo el mundo lo sabe y nadie hace nada!", añade resignado.

Pero ya comenté que la policía no se queda corta. Suele 'cobrar' más en efectivo, que en 'especias', es decir, mercancía transportada. Al caso del primer control, al inicio del viaje, se suma otro, en una garita donde se tiene que pagar, sí pagar, un tributo oficial (78 bolívares) por abandonar el país. "Toma 50 ahí", le grita el chofer al joven policía, que quiere más por dejarnos pasar. "Me vas a hacer que viaje solo por aquí. Como me jodan me vas a oír", explota enfurecido.

Y es que esta zona del país es territorio de los indios guajiros. "Muy peligrosa", dice el de los ahumados. "Una vez viajé por acá de madrugada con un guajiro y no jodas, nos tiraron piedras y nos dispararon", cuenta. "Menos mal que no se paró a revisar el carro", recuerda.

Este es el motivo por el que viajamos con otro coche, o mejor aún, con otra furgoneta, delante. Si se para, nos paramos. Si se desvía, esperamos a otro. "A mí me han echado plomo varias veces. No hay que pasar por acá solo y de noche", confirma el chofer.

Al pasar al lado colombiano al menos los cuerpos de seguridad no intimidan tanto. "¿Qué hacen viajando a estas horas?, ¿están locos?", nos recrimina el empleado del DAS colombiano. La cosa mejora al enseñarle mi pasaporte. "Lo único que va a conseguir enseñando este pasaporte por aquí es que lo secuestren", me increpa. Lo siento, me da por reír ante su cara de incredulidad.

Unos 20 minutos después, sobre las dos de la madrugada, estaba en un fantasmagórico hotel de carretera escribiendo.

P.D.: Disculpen la falta de fotos originales. Por la noche es difícil si no se cuenta con material y seguridad de primera.

8.12.2011

Batigol

La verdad es que hacía mucho tiempo que no oía hablar de él. Muchos futbolistas, al acabar su carrera profesional, se reciclan en entrenadores o comentaristas televisivos, radiofónicos o de prensa. Muchos desaparecen, dedicados a sus negocios, vida familiar o simplemente se van y ya no se sabe más de ellos. 

En esta tesitura me encontraba yo con Gabriel Batistuta hasta hace unos días en lo que me encontré con una tremenda noticia sobre él en La Vanguardia en la que se hacían eco de unas declaraciones de un periodista italiano amigo del delantero argentino en las que afirmaba que "ya no se podía mantener en pie más de media hora" debido a las filtraciones que le hicieron en sus rodillas durante gran parte de su carrera.

A la mente vienen los problemas y las sospechas que algunos jugadores de ese país levantaron debido a su veloz cambio físico (Del Piero o el capitán la "azzurri" campeona del mundo en Alemania 2006, Fabio Cannavaro) y alguna que otra acusación por parte de técnicos de que en el Calcio era una "farmacia ambulante".

A pesar de que el descomunal delantero argentino ya ha salido a desmentir que esos problemas sean tan graves, y que solo se focalizan "en sus tobillos", sirvan estas líneas para recordar a un jugador injustamente tratado por los "grandes" de la época. En su largo periplo de nueve años en la Fiorentina solo consiguió una Copa y una Supercopa de Italia. Solo en su paso por la Roma consiguió un título de calado: el scudetto de 2001 a las órdenes de Fabio Capello.

Galardones y trofeos con la selección argentina aparte, el cañonero nacido en Reconquista, vacunó a todos los equipos contra los que se enfrentó con la pierna izquierda, la derecha, de cabeza, con una de sus potentes faltas o de sus tremendos lanzamientos desde el punto de penalti.

En el recuerdo queda cómo silenció al Camp Nou fusilando a Vitor Baia, como hizo temblar el arco de Old Traffor con otro misil desde 25 metros o su tristeza al conseguir su único gol contra la "Fiore" con la camiseta de la Roma.
Junto con "animal" Edmundo y el finísimo Rui Costa, otro jugador incomprendido, el "rey león" formó uno de los tridentes más atractivos cuando el Calcio, con la Lazio, el Parma, el Milan o la Juventus, gobernaba en el fútbol continental. 'Desgraciadamente', eso ya no es así.


8.04.2011

Altura

Hace ya un tiempo que me siento incómodo con mi altura. Más o menos desde que comencé a usar los medios de transporte de forma regular. No es que toda mi vida haya ido caminando a todas partes ni, desgraciadamente, podido usar a mi padre de chofer todo lo que hubiese deseado, sino que, desde hace unos años, mi relación con aviones, trenes, autobusés y demás transportes, sobre todo para cubrir largas distancias, ha aumentado.

Ya sé que puedo sonar burgués, resultado de excesivo cuidado familiar o maleducado, pero cualquier persona que vea el mundo elevado sobre cerca de 190 centímetros entenderá perfectamente a que me refiero: la imposibilidad de acomodarse de forma natural en cualquier asiento de, por supuesto, clase turista, económica o como quieran llamarlo, de esos transportes.

No siempre fue así. Como cualquier niño también quise ver qué había encima del frigorífico de la cocina, descubrir de una vez de qué color era la barra de la taberna de mi abuelo, alcanzar finalmente a tocar con la punta de los dedos el aro de la canasta, o que las personas mayores me pidiesen amablemente que "les alcanzara" aquel bote de guisantes de lo más alto de la más alta de las estanterías del supermercado.

Y es curioso, porque unido a mi esfuerzo por ser cada vez más alto y estar cada vez más cerca del ansiado anillo anaranjado, algo dentro de mí comenzaba a darse cuenta de la incomodiad de la altura: los viajes con el equipo de baloncesto en los que cada uno de nosotros necesitaba dos butacas. De no ser el caso, un bosque de piernas aparecían cual postes de teléfonos sobrepasando los desgastados respaldos de los asientos del bus. Aún con dos sillones, los pies se asomaban hacia el pasillo con solo ponernos un poquito de lado.

¡Y cómo no hablar de los aviones! Hace tiempo que quedaron atrás las burlas a los compañeros de curso cuyas piernas, al sentarse al inicio de la clase, oscilaban como péndulos debido a su baja estatura. Ni que decir tiene si tú ya habías pegado "el estirón". ¡Qué envidia ahora la de esos pasajeros perfectamernte acoplados a la altura y estrechez de los asientos! ¡Qué dicha no tener que sufrir porque te toque en la ventana, atrapado entre la pared del avión y el vecino de viaje, en lugar del pasillo, minúsculo espacio para el esparcimiento en esta situación de tan  inútiles extremidades!

Este tipo de reflexión se me ocurrió hace unas semanas de camino a Tucupita, capital del estado Delta Amacuro. A pesar de ostentar el título de capital, es una ciudad pequeña que vive básicamente de la cría de ganado, todo tipo de contrabando y del turismo que viaja hasta allí para disfrutar del espectacular Delta del río Orinoco. 

Tucupita no cuenta con aeropuerto (sí, a pesar de ser capital) así que mis compañeros de viaje y yo tuvimos que desplazarnos hasta allí en la única línea directa que hay desde Caracas y que tarda, ni más ni menos que  12 horas en cubrir la distancia. 

¡Échese a dormir dirán ustedes! Y se intenta. Bajo las dos capas de ropa, la manta y la gorra bien calada que apenas deja ver la cifra del termómetro del interior del autobús: 18 grados centígrados. Que paulatinamente bajan a 15 durante las 12 horas y que provocan que las ventanas del vehículo se empañen debido a la diferencia de temperatura entre el interior y el exterior. "No se puede bajar que se estropea", se defiende el conductor.

Así que mis malos pensamientos sobre mi altura se han multiplicado desde que regresé a Venezuela. No ya por las nueve horas de avión para llegar desde España. No por la inseguridad, la conducción temeraria o la super inflacción. Tampoco por el metro atestado sin aire acondicionado ni por el machismo de las venezolanas. Es que ahora, además de no saber donde poner las piernas, ¡se me hiela el culo!

6.13.2011

Mañanas

Levantarse sobre las ocho, abrirle la puerta a Luc, desayunar lo que encuentre en la nevera, leer los principales periódicos por internet: generalistas, deportivos, económicos; volver a dormir, despertarse a cualquier hora por culpa de los mosquitos, los zancudos, los llantos del bebé del vecino o la manifestación de turno en la avenida Francisco de Miranda, releer la prensa electrónica, revisar el correo en busca de alguna posibilidad, borrar basura electrónica,chatear con la familia y con los amigos, ver algún capitulo de cualquier serie, desquiciarse con la blackberry, escribir algo en el blog, o no, dar vueltas en la cama, fumar un cigarro, otro y otro, visitar los portales de empleo en busca de oportunidades por otra vía, desesperarse, darse una baño y salir a la calle a comprar, a pasear, a sudar, a mirar, a beber, a buscar una historia que contar.

6.12.2011

Equipo

Amo el básquet. Sobre todo la NBA. Desde la primera vez que mis padres me sentaron delante de aquella tele vieja de 7 canales sin mando, que parecía que explotaba cada vez que la apagábamos, para ver la barba canosa de Ramón Trecet en "Cerca de las estrellas". Desde que me hablaron de los "Bad boys" y de los Lakers de Magic, Kareem, y Worthy. Desde la primera "Super Basket". Desde que llegaron a mis manos las tarjetas con fotos, estadísticas y autógrafos que comencé a coleccionar de forma enfermiza. Desde que me dieron una pelota una tarde en el patio. Desde siempre.

Amo este deporte porque me recuerda la infancia, las tardes inacabables en las que mi madre me tenía que gritar desde el balcón para que dejara la dichosa pelotita y subiera a casa a cenar. Porque esas tardes las pasaba con mis amigos de siempre echando unos contra unos, dos contra dos o concursos de triples. Porque muchas veces esas tardes eran con más gente y con un entrenador que me corregía incansablemente. Me enseñaba a botar sin mirar el balón, siempre con la cabeza alta. A defender con el culo bien abajo y los pies situados "a las nueve o a las tres" según la posición del rival. A lanzar sin situar el codo hacia afuera o a cerrar el rebote mirando al jugador, no al balón.

Amo el baloncesto porque no solo jugaba yo, jugaba con unos amigos con los que formaba una máquinaria destinada a conseguir que ese trozo de goma entrase por un circulo de metal de 45 centímetros de diámetro. Cortes, bloqueos,  dos contra uno y pases al poste eran algunas de las armas utilizadas a veces por unos, a veces por otros. No importaba quién, solo que el balón entrase por ese círculo naranja. A ser posible en número mayor que el que entraba por el nuestro.

Amo el baloncesto y esta noche estoy feliz porque los Dallas Mavericks han derrotado a los Miami Heat en el sexto juego de las finales de la NBA. Porque un equipo de baloncesto se ha impuesto a una colección de estrellas. Porque este deporte es equipo y sacrificio. Bajar el culo en defensa y dar ese pase de más en ataque. Porque no todo son entradas a canasta, mates estratosféricos y miradas desafiantes al público cuando el partido está en sus albores. Porque la jerarquía está para respetarla: manda el entrenador en todo y el base en la cancha. El resto, ejecutan las órdenes. Porque un equipo no se rinde jamás. Ni cuando va perdiendo de 10 puntos en las finales del sexto partido en casa y falta un minuto. Porque no se gana por hacer más anuncios, vender más camisetas o conseguir que los mejores se enfunden los mismo colores.

Se gana porque se es el mejor equipo.

"El talento gana juegos, pero el trabajo en equipo y la inteligencia ganan campeonatos". Michael Jordan.

6.09.2011

El regreso

Casi dos semanas hace ya que abandoné la enferma España para venir a buscarme la vida, de nuevo, a Venezuela. Tiempo después de la incredulidad, asombro y dolor por parter de los de allá y alegría, calidez y bienvenida por parte de los de acá, decir que todo apenas ha cambiado. Cierto es que hace poco más de medio año que me fui a España por motivos familiares y cansado de no encontrar nada en Caracas, pero también es verdad que poco tiempo hizo falta para ver que la situación en nuestro querido país está estancada y sin visos de cambiar. 

Como uno de los salpicado por la crisis y el desempleo veo con alegria las movilizaciones sociales de la gente joven, y no tanto, en las principales ciudades. Las acampadas en lugares emblemáticos y las buenas intenciones que emanan  de estas. Con tristeza sigo también las cargas policiales y la toma de posesión de sus cargos por políticos acusados en algunas de las "Gürtel" o "Palma Arena" de turno. Al presidente de la Generalitat Valenciana, Francisco Camps, personaje que vive en su propio mundo gracias a la legitimización que le dan las urnas, bromeando con sus consejeros mientras en la misma puerta de Les Corts un grupo de protesta recibe golpes por el estado de las cosas.

En este sentido, aquí en Caracas no hubieron protestas o no se les dio cobertura mediática. El otro día un venezolano me comentaba en la interminable cola del banco que la gente de este país "ha perdido la capacidad para protestar", debido a tanta marcha espontánea o convocada por unos y la correspondiente contramarcha de los otros.

Pocos cambios políticos también aquí. Me cuentan los amigos que la pérdida de la mayoría chavista en la asamblea nacional solo ha derivado en más debate y menos legislación. Como ven, sea más o menos desarrollado un país todo se enfanga en estos días en la dialéctica política. Da igual el descontento social, los gobernantes continúan de espaldas a la realidad a pesar de las clamorosas muestras de malestar por parte de la mayoría de los ciudadanos. 

En Venezuela, tanta manifestación ha conseguido que un arma con tanto poder como la salida en masa de la gente a la calle para protestar haya perdido efecto. En España, su poco uso y la tremenda carga ideológica de las convocadas en los últimos meses ha provocado el rechazo de gran parte de la gente y, posiblemente, una manera de ponerles fin inadecuada y que perjudica a todos.

Lo más triste de todo es ver a toda esa gente bien preparada y con ganas de trabajar, leer sus pancartas en las plazas, escuchar su desilusión y ver cómo se está perdiendo el futuro del país mientras los que tienen que dirigirlo gastan bromas en los hemicíclos. Al menos, en Venezuela, hace tiempo que Hugo Chávez ya no canta en él como solía.