Siguiendo al blog Matamoscas...
Siempre recordaré las rumbas por Chueca, Malasaña y La Latina. Regresar caminando a casa por el centro de la capital. Salir de cualquier local y volver por la calle Fuencarral, girar a la izquierda y bajar por Gran Vía hasta su cruce con Montera. Rechazar, sí rechazar, el acoso de las prostitutas durante todo el descenso vislumbrando ya, desde arriba, la plaza del Sol. Cruzarla en dirección a la plaza Mayor. Saltar las obras de, por entonces, su intercambiador, regatear a los basureros, los borrachos y los putos. Subir hacia la plaza Mayor mientras me llega el olor de los bocatas de calamares matutinos de la calle de las Postas y las flores de sus balcones me saludan. Seguir todo derecho hacia el pasaje de Cuchilleros, en la otra parte de la plaza, mientras la estatua de Felipe III me da las buenas noches y acurruca a parejas de enamorados. Enfilar la maravillosa Cava Baja mientras los camareros terminan de limpiar los locales que pintan toda la calle y vomitan a los últimos bebedores. Cruzar la plaza del Humilladero hacia la Carrera de San Franciso con su Basílica al fondo y la calle Jerte, mi calle, a su derecha.
Siempre recordaré esto y el frío, los grandes amigos, el calor de las clases en la agencia EFE, los domingos en La Latina, la salsa y las cervezas aunque, ahora ya, sean sólo el recuerdo de unos momentos maravillosos.
Siempre recordaré las rumbas por Chueca, Malasaña y La Latina. Regresar caminando a casa por el centro de la capital. Salir de cualquier local y volver por la calle Fuencarral, girar a la izquierda y bajar por Gran Vía hasta su cruce con Montera. Rechazar, sí rechazar, el acoso de las prostitutas durante todo el descenso vislumbrando ya, desde arriba, la plaza del Sol. Cruzarla en dirección a la plaza Mayor. Saltar las obras de, por entonces, su intercambiador, regatear a los basureros, los borrachos y los putos. Subir hacia la plaza Mayor mientras me llega el olor de los bocatas de calamares matutinos de la calle de las Postas y las flores de sus balcones me saludan. Seguir todo derecho hacia el pasaje de Cuchilleros, en la otra parte de la plaza, mientras la estatua de Felipe III me da las buenas noches y acurruca a parejas de enamorados. Enfilar la maravillosa Cava Baja mientras los camareros terminan de limpiar los locales que pintan toda la calle y vomitan a los últimos bebedores. Cruzar la plaza del Humilladero hacia la Carrera de San Franciso con su Basílica al fondo y la calle Jerte, mi calle, a su derecha.
Siempre recordaré esto y el frío, los grandes amigos, el calor de las clases en la agencia EFE, los domingos en La Latina, la salsa y las cervezas aunque, ahora ya, sean sólo el recuerdo de unos momentos maravillosos.