Los reyes del reciclaje

"El pasado es un prólogo". William Shakespeare.

9.15.2011

Santos y santeros

Es muy habitual cruzarte en esta ciudad con los llamados santeros. Si les soy sincero nunca he sabido exactamente a qué se dedica esta gente. No soy una persona muy creyente y, si lo fuese, dudo mucho que mi fe eligiese a gente que se combulsiona y entra en estado de éxtasis de forma aleatoria y espectacular.

Aún así, este tipo de creencias están muy arraigadas en esta parte del mundo. Cuanto más sales de las grandes ciudades más influencia tienen. Claro está que la gran mezcla en el subcontinente no solo fue de razas y las creencias y cultos que trajeron los esclavos africanos aún persisten en partes de la sociedad. Distintas de las indígenas claro está. 

No es ya la querida "Pachamama" (madre tierra) con la que el presidente boliviano Evo Morales se llena la boca sin parar. En Venezuela, escuchar a su presidente hablar de respeto a la gran deidad andina sería un insulto con el precio irrisorio que se paga por la energía, por supuesto no renovable, y por la nula existencia de cualquier tipo de plan serio y creíble de aplicación, no ya de energías limpias, sino de respeto al medio ambiente. La agujereada franja del Orinoco, o el contaminado lago de Maracaibo lo atestiguan.

No, en este país se habla más de "Yemayá", la madre de todos los "orishá". Creencia de origen africano muy arraigada en el Caribe. Como decía, es normal cruzarse por la calle a sus seguidores vestidos totalemente de blanco. A ellos acude la gente, incluso antes que a los médicos o la policía, en busca de todo tipo de ayuda.

Para mí este tipo de creencia siempre ha sido algo lejano. Algo oscuro relacionado con sacrificios de animales, muñecos atravesados por alfileres, gente gritando, dando vueltas o escupiendo alcohol. Todo lo que sabía de esta religión me había llegado a través de películas o de libros que ya ni recuerdo.

Todo eso cambió hace unos días. Ya llevaba tiempo que por las noches oía gritos provenientes de algún edificio cercano. Esa noche, gracias a la sobredosis de cafeína ingerida durante la cena no podía dormir, cuando de nuevo, sobre las cinco de la mañana, los escuché: "¡Saaaaaanto, saaaaaaanto!", seguido de un "¡danos tu amor y poder!". Me asomé a la ventana y en el edificio de enfrente, ahí estaban, dos hombres y una mujer semidesnudos gritando.

Debo de admitir que la imagen era impactante. Daban vueltas y alzaban los brazos al aire. ""¡Señor todopoderosooooo, tú eres saaaaaaaaaaanto!", clamaban con cierto ritmo musical. Atrapado por mi alma fisgona apenas me percaté de una cuarta que apareció por la izquierda del gran ventanal enrejado. Los otros tres se giraron hacia él. "¡Señoooooooooooor yo quiero veeeeeeeeeeeeeerteeeeeeee!", se desgañitaban mientras adoraban la caja de whisky que levantaba hacia el cielo.  ¡Aleluya!