Los reyes del reciclaje

"El pasado es un prólogo". William Shakespeare.

2.04.2012

Siete días, un mundo

Apuntes en un tren...

Hay pocas personas que no encuentren los cambios excitantes, para bien o para mal. La ruptura del orden establecido, de la rutina, siempre supone una catarsis. Depende de muchas variables: hábitos, expectativas, esperanzas, valentía... O todo lo contrario. El sedentarismo y la adaptación a un lugar siempre contribuyen a pensarse mejor los cambios, a temerlos. No por cobardía o falta de espíritu aventurero sino por fidelidad y comodidad. A nadie le gusta cambiar algo que está bien. Que funciona.

En el tren de vuelta a Madrid desde Salamanca, un manto blanco cubre todo el paisaje y la profunda niebla se funde, a pocos metros de la ventana, con la espesa nieve. Viajamos a ciegas a través del frío. Una bala en la estepa castellana. Cero grados en el termómetro informativo del interior del vagón. Pueblos y pedanías van quedando atrás. Aparecen y desaparecen fantasmagóricamente. Se repiten en su fisonomía: casa bajas, bloques de apartamentos que ascienden cinco pisos como máximo, campanarios sobresalientes, vecinos solo reconocibles por los ojos que escapan de las bufandas y gorros... Gente sobria, callada, noble y humilde. Habitantes del frío, curtidos y silenciosos.
El mal tiempo y el frío son intensos. Tanto que esa sensación se transmite al interior del tren. A su apetecible y acogedora temperatura. Rocas, árboles y arbustos luchan por mantenerse a flote. Por no quedar sumergidos. Por no desaparecer bajo la nieve.

Hoy es 16 de enero y todo es nuevo e incomprensible para mí. Lo único reconocible es la amabilidad de la señora que está sentada a mi lado y cuyo perfume, almizclado, dulce y agobiante, me aborda sin compasión.

A pesar de no reconocer nada, desde la higiene del transporte público hasta su sepulcral silencio, esta mujer me brinda su amabilidad castellana sin tapujos. Cual dependienta mulata ofrece sus productos en los mercados informales caraqueños.

Todo es al revés aquí. El frío retrae a la gente. A su estado de ánimo. Nada de griterío ni salsa en el metro o el autobús. Nada de vehículos de los años 70 ni de belleza y sexualidad en cada gesto, cada mirada o cada respuesta. Nada de olor a perros calientes, hamburguesas y basura. Nada de alegre desorden.

Solo crisis y más crisis. Recortes y asfixia. Pérdida de valores y respeto. Frío y soledad. Silencio y tristeza. Carencia de futuro, rabia y frustración. Gente fiel y buena amiga, comprensible y de paciencia infinita. Orden en el tráfico y en el metro. Mercados con tantos productos que me sobrepasan. Lenguaje agresivo y fuerte cargado de “ces” y “zetas”. Gasolina a precio de oro. Políticos aburridos y música aún más aburrida. Playas a 600 kilómetros y frío, mucho frío.

Siete días hace ya que salí de Venezuela. Siete días menos para regresar. Un mundo.

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